Aunque el genio creativo español pasa temporadas en Milán, la mayor parte de su tiempo vive en Bath, la ciudad a la que incluso le ha dedicado el diseño de uno de sus zapatos.
DANIEL BONET
Si hay un hombre que haya hecho suspirar a miles, seguramente millones, de mujeres en este mundo, este es Manolo Blahnik. Así lo atestiguan celebridades como Madonna, que prefería unos zapatos de tacón fino y suela de tafilete distintivos del gran creador español antes que el sexo. O así lo proclamaba Carrie Bradshaw, la protagonista de la televisiva Sex and the City, dispuesta a entregar a un ladrón cualquiera de sus posesiones excepto su calzado fetiche de Blahnik, los popularmente conocidos como manolos.
Blahnik, nacido en 1942 en La Palma , la famosa isla bonita de las Canarias, fijó su residencia en Bath, una localidad de aire georgiano a unos 150 kilómetros de Londres, desde que se enamoró de esa ciudad balneario del Somerset inglés en un viaje en 1983. Aunque el genio creativo español pasa temporadas en Milán, la mayor parte de su tiempo vive en una mansión del siglo XVIII, que en realidad son dos casas reconvertidas en una, rodeado de libros, películas y zapatos. Y si una ciudad ha sido capaz de cautivar al diseñador que ha conquistado tanto a actrices de Hollywood como a princesas, algo tendrá.
Aunque Manolo Blahnik siempre repite la broma de que eligió Bath porque no podría pagarse en Londres una casa tan grande y clásica como la que compró en Bath, lo cierto es que esta ciudad pequeña, famosa desde la época romana por sus baños termales, ha proporcionado las dosis necesarias de sosiego y concentración para desarrollar su arte, vestir los pies de la mujer, algo que perfeccionó para siempre con sus creaciones.

El diseñador español, que fue el primer hombre en salir en una portada de Vogue, en 1974, confiesa que en sus épocas más fructíferas daba forma a decenas de zapatos en pocos días. Y muchos prototipos se conservan en su mansión. Manolo Blanihk bromea que vive en un museo más que en una casa pero niega que tenga guardados 30.000 pares como se ha publicado muchas vces: “La casa se hundiría si así fuera”, dijo en una entrevista concedida cuando organizó unas charlas y una exhibición de sus modelos en la Semana de la Moda de Bath para devolver a la localidad parte de lo que le ha dado.
La casa de Blahnik, de padre checo y madre canaria que vivían en una plantación de plátanos en La Palma –y a pesar de su entorno modesto su madre era fan de Balenciaga y adoraba los zapatos-, tiene columnata y está ubicada en una calle en forma de medialuna, como el lugar más conocido de Bath, el Royal Crescent, la Medialuna Real, una belleza georgiana residencial en forma de semicírculo con ventanales que miran a un parque ajardinado.
Una mansión de John Eveleigh
El Royal Crescent es obra de John Wood, uno de los maestros del siglo XVIII que entroncó la modernidad clásica con el legado romano de Bath. En cambio, la mansión de Blahnik fue concebida por John Eveleigh, uno de los continuadores de la arquitectura de Wood, que encontró más fortuna en Plymouth que en Bath. Dicen que Manolo Blahnik suele almorzar en un hotel del Royal Crescent. No hay duda de su amor por Bath, a los que dedicó unos zapatos sobrios, de azul eléctrico, con la silueta de Oxford clásica, pese a ser un autor que ha arriesgado con los colores y ha roto tendencias, con uso de materiales insólitos como bolas actuando de tacones, por ejemplo.

De Lauren Bacall, la musa de Humprey Bogart, a Anne Wintour, la poderosa directora de Vogue que se niega a calzar cualquier zapato que no sea de Blahnik, si todas las celebridades que han presumido de llevar unos manolos a lo largo de las últimas cinco décadas contaran su experiencia, seguramente se podría escribir parte de la historia del poder y la moda del último siglo. Blahnik es tan trascendente en el Reino Unido que fue distinguido miembro de la Orden del Imperio Británico. No en vano, pese a que estudió arte en París, tras abandonar un trabajo de becario en la ONU en Suiza, el genio canario se formó en Inglaterra y aprendió el arte de los zapatos en Rayne de Northampton, el taller del zapatero de la corona británica.
Bath es señorial con ese rasgo de grandiosidad clásica del estilo georgiano, que habla de la época en la que Inglaterra tenía posesiones en los siete mares y controlaba el comercio mundial. The Circus, junto al Royal Crescent, es el otro gran espacio público que merece ser visitado en Bath, aunque la única forma de percibir su encanto tradicional es callejear por el centro histórico, con las termas romanas incluidas, que queda delimitado por el serpenteante río Avon.
Escapada desde Londres
Declarada Patrimonio de la Humanidad, Bath es una excelente visita de un día desde Londres, aunque todavía hay la tradición de balnearios, ahora dotados con todos los lujos contemporáneos, para quedarse y disfrutar varios días. La escapada de la capital británica, sobre todo si se va en coche, se puede complementar con una parada en el enigmático conjunto megalítico de Stonehenge, que solamente supone un ligero desvío, y con una incursión en Salisbury, en el condado de Wiltshire, con su imponente catedral de aguja, otra de las grandes obras de las arquitectura británica, de estilo gótico primitivo inglés, terminada en el siglo XIII.

Los seguidores de Fashion Out gozarán en los museos y galerías de Bath, ciudad en la que vivió la novelista celebérrima Jane Austen, pero su cita imprescindible es el Museo de la Moda. Aunque Bath bien merece menos ajetreo y una ceremonia del té típicamente inglesa. La inspiración no viene con las prisas de los tours orgnizados sino con la calma que aún sigue cautivando a Manolo Blahnik, el diseñador que convirtió un objeto rutinario como el zapato en un arte de presunción y feminidad, con la misma vocación artesanal que impregna las calles de Bath.
Cómo ir
Bath está a 150 kilómetros de Londres, fácilmente accesible en coche de alquiler y transporte público. También está muy cerca del aeropuerto de Bristol, al que llegan algunas aerolíneas low-cost desde diversos destinos europeos.
Lo que no te puedes perder
Las termas romanas: con exhibiciones interactivas y una reconstrucción digna de emperadores. Si te quieres bañar en un spa en las mismas aguas termales que los romanos tienes que probar el Thermae Bath Spa.
El Museo de la Moda: por la colección de vestidos históricos y por el escenario, en las magníficas Assembly Rooms.
Royal Crescent y The Circus. En el número 1 de Royal Crescent se puede visitar la fachada palladiana y revivir la vida del siglo XVIII.
El Puente de Pulteney: inspirado en el Ponte Vecchio de Florencia. Para admirar sus arcos desde el río.

La Torre de la Abadía: hay que subir 212 escaleras y pasar por el campanario para poder sentarse detrás del gran reloj y disfrutar de vistas de Bath y la campiña inglesa.
El Centro Jane Austen. La escritora favorita de Gran Bretaña, que retrató los claroscuros de la época victoriana, pasó cinco años en Bath.
